Anton Regularis


El Salón Nacional del Futuro Anterior, o las Selfies por Javier Pelacoff



Un filósofo del siglo XIX pudo comparar el ritual de la lectura de los periódicos con el recitado de las plegarias matutinas. En nuestro presente, la centralidad adquirida por los medios de comunicación le permite a otro filósofo retomar el motivo nietzscheano del "mundo devenido en fábula" para  caracterizar a nuestras sociedades por lo que denomina "la erosión del principio  de realidad". En este marco, podríamos aventurarnos y afirmar que en las  fantasías populares pobladas por historias de seres extraños, poderes sobrenaturales, viajes temporales, tecnologías inextricables y  dimensiones paralelas late el pulso de nuestra época, en la medida en que estas narrativas ficcionales adquirieron un rol protagónico en nuestro background. En efecto, super-héroes y archi-villanos con sus sagas, recreaciones, precuelas y secuelas constituirían -junto con sus contemporáneas declinaciones más ambivalentes- si no un Panteón, al menos un Santoral donde nuestra urdimbre moral forja su carácter. Así es como  las sagas -desde las "misiones" del héroe, hasta la elucidación de su destino no elegido, pasando por la neurótica soledad de quien es capaz de salir en defensa de aquellos que no ven en él más que un "freak"- conforman las contemporáneas mitologías con las cuales obtenemos -más allá o más acá de la creencia- tanto nuestro consuelo como nuestra auto-justificación.

 El  sistema de remisiones entrecruzadas entre comics, series televisivas,  producciones cinematográficas de alto presupuesto, merchandising, y todo ello junto y a la vez, sugiere una adhesión a una misma constelación cognitivo-sensible que da forma a -para decirlo de algún modo- un remedo de las ya disueltas meta-narrativas: allí donde antes la filosofía de la historia supo convocarnos en virtud de una promesa de emancipación universal, hoy nos encontramos con el "universo Marvel" y su propia historicidad, con las galaxias de Star Wars y su retrofuturismo, o la épica trekker, donde el universalismo ilustrado deviene en nostalgia por aquello que nunca ocurrió.

Semejante entrecruzamiento y contaminación recíproca de imágenes -por cierto, no libre de tensiones-  termina por dar ese tono de "anacronismo" que caracteriza nuestra contemporaneidad. Por un lado, la profusa producción, vertiginosa circulación y voraz consumo del repertorio audiovisual conducen a un "reencantamiento del mundo". Por el otro, el gesto de afirmación de la disciplina pictórica como medio expresivo y sus referencias como acervo de la tradición iconográfica occidental (la gran "Historia del Arte") producen en este marco una suerte de extrañamiento, como quien se encuentra por primera vez con aquello que desde siempre estuvo ante sí. Sea como fuere, cualquiera de estos aspectos pueden ser entendidos como "momentos" de una suerte de "dialéctica entre lo alto y lo bajo", que actualiza y redefine los términos de los debates del siglo XX sobre la cultura de masas.  Pero en ese sentido, y a pesar de lo que podría creerse, Anton Regularis se encontraría más cerca de Roger Rabbit que de Delacroix o Friedrich. Y difícilmente hubiera podido ser de otra manera: frente a un discurso crítico signado por las sucesivas "muertes" y "retornos" (de la pintura, del autor, de la narrativa, etc.) aquello que en la práctica nunca termina de morir -y por lo tanto, tampoco termina de volver- constituye una gran interrogación acerca de nuestra relación cotidiana con las imágenes.

Javier Pelacoff