Postpandemia / Worlds of Exile


De Postpandemia a Worlds of Exile por Manuel Aja Espil



Postpandemia


Men spared their lives in great disasters often feel in their deliverance the workings of fate.

Cormack McCarthy. The Crossing.

El momento postpandemia (Covid 19) fue acompañado por una mirada un poco más siniestra y apocalíptica sobre el presente. A partir de aquel entonces ya se estaba gestando un cambio idiosincrático que se veía reflejado en los movimientos de derecha y la vuelta a la política bipolar de la Guerra Fría. La pandemia fue una suerte de aceleración en esas disociaciones, un catalizador. Al mismo tiempo, se publicó el reporte del IPCC que predecía un calentamiento global inminente producto de la actividad humana.

No hay realmente una relación entre el ser humano y el medioambiente, sino que son parte de una misma cosa. El ser humano parece ser una especie de evento-cataclismo dentro del ecosistema terrestre. No necesariamente una aberración, sino un desbalance, un factor de cambio, y de destrucción y muerte. El producto de la industria moderna y el consumo no es solo la catástrofe ambiental, la muerte de muchas especies -inclusive la nuestra- sino la conclusión de que nuestra especie no es para nada lo inteligente que creía ser. Que es más bien caótica. Y esto es un poco lo que pensaba en mis pinturas postpandemia: una sociedad sin rumbo aparente en un mundo que se degenera, un mundo indiferente al caos y el absurdo que nosotros representamos.

Lo más difícil de aceptar, creo yo, es que la extinción de la raza humana acecha detrás del horizonte. La idea de una vida eterna, sea prolongando la vida terrenal o la ilusión de una vida etérea, en definitiva tiene que ver con nuestra relación con la muerte. La muerte es algo difícil de ver a los ojos, nadie puede detenerse a pensar en la muerte sin cierta melancolía de fondo, o terror. Lo que generalmente pasa es que transferimos este miedo a otras cuestiones. Esto, creo yo, hizo que olvidáramos rápidamente la pandemia y el cambio climático, ya que lo que está de fondo en estos eventos es la extinción la vida como la conocemos. Mejor pensar en el siguiente avance tecnológico, en nuestras carencias.

Las narrativas suelen vaticinar un final inminente. Concebir un mundo basado en la dominación de unos sobre otros nos parecería nefasto, y que no es justo, más en un contexto como este donde hace falta coordinación y formar una comunidad con un obvio objetivo en común: la supervivencia. Sin embargo, es así como se organizó la sociedad en la que vivimos, fragmentada.

Estos son algunos de los conceptos que yo intenté llevar a algunas de mis pinturas por esta época. Y, más allá de mi mirada fabulosa, para mí el punto es que la pintura deje un testimonio de su época, que se convierta en un objeto histórico por el simple hecho de estar informada por el contexto de la actualidad; un objeto histórico que dialoga con el arte.


Paisajes


Pintar el paisaje es conectar con algo esencial de la pintura y de lo humano. Lo que un paisaje cuenta es cómo un pintor concibe su entorno, el ecosistema del que es parte; habla de perspectivas, de puntos de vista. Cómo vemos el paisaje es como vemos la naturaleza, de qué manera elegimos representarla. Es una pintura sobre el entorno, el ambiente en el que el artista se siente parte, una reflexión sobre el afuera (desde el deseo, el adentro).

Un paisaje representa más bien una idea que una realidad objetivable. Pero quizás esto tiene más que ver con la pintura, después de todo, un género de pintura no puede separarse de ella. Los temas que una figura evoca es lo que me interesa. La figura de lo que está en la intemperie, lo externo al ser humano; es cómo uno recibe y puede interpretar esa señal que nos rodea, la señal de lo real, el territorio de nuestra existencia. Desde una pintura de glaciares hasta una pintura satelital, el género del paisaje a mí me lleva a todo lo que es el afuera, me conecta con el origen de mi existencia, con todo lo enigmático e indescifrable de lo que es el contexto de nuestra experiencia vital. En conclusión, este mundo nos dio la forma que tenemos, y el territorio del que uno viene nos forma, y pintar esto me permite reflexionar en lo que me identifica.

El paisaje no representa lo que realmente está afuera, en frente nuestro, o en nuestra imaginación. Lo que representa es de qué manera podemos reconstruirlo, sus engranajes internos, las ideas que hace falta atravesar para reconstruirlo como pintura que depende de entender cómo se hacen las que cosas más que cómo son, o supuestamente son. ¿Cómo construyo un paisaje? Primero, pienso de qué está hecho: arbustos, tierra, recuerdos, sensaciones, un horizonte, objetos, animales, etc.

Lo imprescindible es encontrar un hilo conductor que nos haga atravesarlo de manera espontánea, como la manera en que se presenta un sueño. Cuando pinto un paisaje pienso en el lugar al que pertenezco, me pregunto de donde soy, si estoy hecho de materia de recuerdos, si soy sensible a lo natural que me sostiene; en fin, de qué manera estoy experimentando mi territorio, y qué reconozco en él. En este sentido, una imagen satelital de la tierra, por ejemplo, habla de una manera muy general del espacio, no hay nada humano en él, o bien, lo único humano es el punto de vista. Son paisajes despojados de la escala humana, colmados de deseo. No hay nada de bello en un paisaje desde la órbita terrestre, en cambio un paisaje cuyo punto de vista es ordinario, donde hay un horizonte, un cielo, a lo mejor sí. Un paisaje que da indicio de nuestro entorno en la vida aquí en la Tierra es más representativo de lo natural por el simple hecho de ser algo sentido desde la experiencia, más allá de si es agradable a la vista o no. La imagen satelital, curiosamente, se me presenta como un intento de objetivar la naturaleza, el territorio, y esto le da un carácter ficticio y ominoso.

La soledad del ser humano, creo yo, radica en que el ser humano se concibe separado del resto de las cosas que habitan este planeta. En este sentido, un paisaje satelital representa -ante todo- lo humano del planeta, porque ningún animal reconocería esta imagen de la tierra. Es el punto de vista de un dios, la ilusión de control. Es una imagen solitaria, despojada de vida como la conocemos y en este sentido advierte ominosamente algo.

Pero el poder del paisaje va más allá, hace falta aceptar su incomprensión para entender la dimensión de éste. Los paisajes son la escala humana, son aspiracionales, espirituales, son ejercicios intelectuales acerca de cómo la naturaleza debe pintarse (o puede pintarse). En este sentido son una manifestación del territorio, que está siendo tremendamente mediado pero que representa de una manera u otra la complejidad infinita del mismo.

¿Qué hace a estas representaciones creíbles reconstrucciones del medio ambiente? ¿Cuál es el punto de vista frente al lugar que habitamos (y que nos habita, a su vez)? ¿Qué condiciones son las necesarias para que estos puntos de vista sean consideradas representaciones de nuestro lugar de origen y pertenencia?

Quiero hacer énfasis en esta última cuestión. El paisaje es relevante porque conecta con los orígenes, con lo ancestral, lo divino en el sentido que se trata de un orden superior a nuestra experiencia de vida. Algo en algún punto incomprensible pero que sí es comprensible mediante modelos de representación, como la ciencia, la tecnología, pero también lo poético, lo metafórico y espiritual, la pintura. 


Personajes


Durante mucho tiempo he pintado personajes antropomórficos, o zoomórficos, algunos más humanoides que otros, que me han resultado natural usar como figura. No necesariamente es cómodo hacerlos, pero hay algo que se me hace natural en ellos en la pintura. Son personajes sin muchos rasgos distintivos de género, raza, o identidad en general.

En su libro de Understanding Comics, Scott McCloud dice que mientras más definición y caracterización tiene un personaje, más reducido es el campo de representación de este con su audiencia. Es decir, mientras menos rasgos distintivos tiene un personaje, más es la audiencia que va a poder verse representado con él. Un personaje no es menos verosímil, o menos representativo, por ser no característico es lo que dice McCloud.

En mis pinturas la personalidad no es constitutiva de los personajes porque la mayor parte del tiempo intento construir modelos de pinturas en donde las personalidades no tienen un rol protagónico. En este sentido trabajo con la forma y la construcción de esa forma mediante referencias.

Mis figuras funcionan mejor como sistemas de referencias, al igual que los objetos en mis paisajes. A veces ha pasado tanto tiempo desde que el personaje se originó que su reciclaje le dio vida propia. Como cuando se cree que los algoritmos van a tomar vida propia, estas figuras han recurrido tanto en mis cuadros que parecen volverse vivos, reales, cosa que los hace algo siniestros. Joseph Andreas, por ejemplo, lo construí a partir de ciertas referencias en el cine de animación de principios de siglo pasado. Viene de una suerte de vaca o hipopótamo que no recuerdo si tomé de Betty Boop o Silly Symphonies para crear. Pero más adelante tomé otras referencias, como George Condo para personajes más humanoides, o el animé japonés, y muchos personajes simplemente vienen de mi imaginación y no sé dónde se originan. El punto es que mis personajes funcionan más como este sistema de referencias a otras imágenes y que en ningún momento me los imagino hablar ni moverse. Sí creo que están ahí en reemplazo de algo que se puede mover y hablar, sin embargo.


Ciencia Ficción


La ciencia ficción es un género que me interesa mucho en todos sus medios. En Worlds of Exile, pero también en Post-Pandemia, se volvió un tema recurrente en mis obras. Siento que es un género muy vinculado a escuelas paisajísticas como la Escuela de Hudson River, el Simbolismo y el Romanticismo Alemán, como también un tipo de pintura que para mi mejor representa H. R. Giger (el creador del mundo de Alien).

Las historias de ciencia ficción son hipérboles inspiradas en alguna cara del prisma de nuestra sociedad. Serán fabulosas, pero logran despertar no solo la imaginación sino también un pensamiento crítico. Entre los libros más relevantes para mi imaginario está Solaris, de Stanislaw Lem. Este libro es un ensayo sobre la posibilidad de que un planeta sea un ser viviente homogéneo, una exageración de la biósfera terrestre. Solaris es un mundo líquido, y no sabemos si es que siempre fue así o si en un momento de su evolución la biomasa devino en este fluido vivo y omnipresente que parece ser una entidad planetaria. Desde que los humanos han llegado a él, el planeta parece haber adoptado una suerte de reacción inmunológica al ejército de científicos curiosos, y quienes se quedan un tiempo prolongado en el planeta por algún motivo u otro pierden la cordura. Lo interesante de Solaris también es que propone que los seres humanos estamos hechos de recuerdos y que hay cosas, como la vida de un planeta, que no podemos entender porque están más allá de esto que hace a nuestro conocimiento (el recuerdo).

También durante este tiempo leí algunas novelas de Ursula K Le Guin, cuya obra más relevante para mi trabajo quizás fue Left Hand Of Darkness. Quizás lo más revelador de esta novela es que Le Guin propone una especie humanoide que nunca tuvo género, y en cambio asumen un sexo u otro cuando están en celos. Luego de acabar con el deseo sexual, estos humanoides vuelven a ese estado no binario. Las relaciones amorosas dependen de afinidades más allá de los cuerpos. De manera tal que, el hecho de que alguien tenga pene o vagina permanentemente, o se asuma como mujer u hombre, les parece una perversión. También esta es una novela tremendamente visual, en donde la ferocidad del planeta, omnipotente y adverso, ha ralentizado todo avance tecnológico en las sociedades (aunque no el intelectual). Colman en mi cabeza imágenes de estas dos historias: mundos de hielo, montañas inmensas, volcanes monstruosos, mundos inhóspitos y fluidos que toman la forma del recuerdo humano.

Como en las escuelas pictóricas del paisaje, la exploración exoplanetaria también tiene que ver con la curiosidad humana y la idea de dominación. A mí siempre me han resultado curiosas estas pinturas de paisajes, que parecen trabajarlo desde el embelesamiento, como si se tratara de cosificar el territorio en imágenes ricas como el oro. Sin embargo, el territorio natural no existe para el humano como parecen sugerir pinturas de Caspar Friedrich o Albert Bierstadt. El paisaje es una construcción en nuestra imagen y semejanza, una proyección de nuestro deseo, y solo existe en nuestra imaginación. Más bien, como representación del territorio, me siento más afín a las acepciones de Le Guin y Lem donde lo natural parece pertenecer a la esfera de lo planetario, algo a lo cual el humano nunca parece poder penetrar. Hay algo ominoso en nuestra relación con el medioambiente, nuestra idea de él, que creo que pasa por la contradicción persistente entre nuestra curiosidad y lo inalcanzable en la Naturaleza, en lo planetario. Estas son las cuestiones que de alguna manera complementan estos paisajes que tanta fascinación me generan.