Los Viajes
Cuadrxs por Max Gómez Canle
"Cuando era un chiquillo, gustaba de imaginar cosas y las personas se amaban unas a otras. Una mañana de invierno, fui al bibliotecario y pedí un libro sobre los cuadros... y lo que aprendí... ¡fue sensacional! Resultó que la existencia humana es una gran pintura, pero que está demasiado cerca como para uno percatarse... y a su vez, está repleta de otras pinturas muchísimo más pequeñas. ¡Y esas pinturas son las vidas! ¡Nuestras vidas! Pero tan lejanas que sólo parecen puntitos. De repente, la escala del universo se abrió para mí. El nitrógeno de nuestro ADN, el lapislázuli de nuestras máscaras funerarias, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el titanio de nuestros blancos, el carbono de nuestras tartas de manzana, se hicieron en los interiores de cuadros en proceso de colapso. ¿Estamos hechos, pues, de sustancia pictórica? ¡El origen y la evolución de la vida están relacionados del modo más íntimo con el origen y la evolución de las pinturas! Fue una especie de experiencia religiosa. Había algo magnífico en ello, una grandiosidad, una escala que jamás me ha abandonado. Que nunca me abandonará."
Pintorx anónimx, siglo XX.
Aunque puedan parecernos eternas, las pinturas en realidad son como nosotrxs, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Según algunas teorías, éstas obtienen su energía de lx autorx, pero lo harán de diferente manera según sean grandes o pequeñas. A esta altura, se da por cierto que las pinturas grandes son aquellas que superan, en al menos una de sus dos medidas, a la distancia humana promedio entre mano y axila –y a la inversa para las de pequeña existencia–. Pero volviendo a la fuente de energía de los cuadros, al menos la involucrada en el envión inicial, las denominadas “grandes” la reciben a manera de salpicadura, despectivamente, graficable tal vez como un cono en constante expansión. Lx autorx es la fuente de lo que vastamente se deposita en la superficie del soporte. Es ésta una energía con ánimo de conquista, no exenta de valor, y que continúa viviendo así en la consecuente pintura guerrera, intentando envolver a lxs imprudentes individuxs que se acercan seducidxs por lo que ven a la distancia. Pero, ¡oh decepción!, nada se revela en el cuerpo a cuerpo, nada aprenden estos cuadros en sus vidas y es siempre lo mismo lo que ofrecen. Gritando “YO” a los cuatro vientos, y desapareciendo mucho antes del contacto con lx otrx, se hacen humo en la intimidad y lx espectadorx es la víctima. Es la indispensable pintura de modo comunicacional, que retorna cada cien años, aunque su declinación comienza con su nacimiento, y su agonía es larga, oscura y lenta, cuando no se le concede una muerte temprana y abrupta que la congele en nuestras mentes en su momento ideal.
En cambio, los así llamados “pequeños cuadros”, extraen su energía contrayéndose gradualmente, como un fuego concentrado que los vuelve densos e insaciables pero generosos y curiosos. Lx autorx es unx orfebrx, que delicada y minuciosamente, empuja partículas de pintura hacia otras dimensiones sobre la superficie de un objeto, hasta generar la reacción en cadena que emancipa a la obra. Con esta impronta, sus vidas longevas y aventureras difieren en mucho de las de los cuadros mayores. Son pequeños cuerpos, como puntos oscuros a la distancia, pero de una gran fuerza gravitatoria que continúa absorbiendo materia y energía con creciente avidez hasta su colapso final, que no es otra cosa que el inicio de un universo paralelo y autónomo. Pero hasta ese momento, final o inicial según se entienda, estas pinturas son ventanas a la vez que cuerpos, son imagen con cuerpo. Y toda vez que lx individux humanx se encuentra en el rango de alcance de su YO-cuadro-susurrante, conviene no resistirse a ver lo que tienen para mostrar, y entregarse a ellos y su sed de conocimiento. Su pequeñez menguante hace las veces de progresiva distancia, y es así que su indefinible escala, opera como un hada cambiante hasta lograr casi tocar la nariz de lx curiosx, que terminará inmersx en su atmósfera de intercambio fluido.
Es por estas condiciones reunidas que las pinturas de pequeño formato logran, en el Futuro, ver más allá del confinamiento individual terrícola, y son revalorizadas en su portabilidad y su muy oportuna coleccionabilidad en espacios reducidos. Pero es también por las mismas condiciones que estos talismanes comienzan a ser utilizados, en esa época, como objetos sonda con capacidad de discernimiento incluida. Especialmente, es a partir de los buenos resultados obtenidos en los ejercicios clandestinos de lanzamiento de obras artísticas hacia las zonas oficialmente desaconsejadas, que estas prácticas se generalizan. En el Futuro, los pequeños cuadros son pinturas viajeras y ya nadie espera a que lx pintorx viaje para luego contarnos lo visto con pinceladas grandilocuentes. Lx pintorx sólo abre la ventana. Es sabido que quienes los atesoran, ya siendo sus creadorxs o sus adquirientxs, jóvenxs en su mayoría, los lanzan más allá de sus islas, hacia el otro lado de las ceñidas fronteras con las que el empoderamiento universal ulterior del Pasado ensombrece al Futuro, volviéndolo un presente aterrador. Lxs usuarixs más intrépidxs, después de evadir las patrullas de biovigilancia y biocontrol, los recuperan para poder interpelarlos.
Y a estas pequeñas pinturas se les pregunta por Dios, por el puente, por lx otrx, por la Luna.
Max Gómez Canle, Buenos Aires, 2020.
A propósito de “Los viajes”, de Manuel Aja Espil.
Pintorx anónimx, siglo XX.
Aunque puedan parecernos eternas, las pinturas en realidad son como nosotrxs, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Según algunas teorías, éstas obtienen su energía de lx autorx, pero lo harán de diferente manera según sean grandes o pequeñas. A esta altura, se da por cierto que las pinturas grandes son aquellas que superan, en al menos una de sus dos medidas, a la distancia humana promedio entre mano y axila –y a la inversa para las de pequeña existencia–. Pero volviendo a la fuente de energía de los cuadros, al menos la involucrada en el envión inicial, las denominadas “grandes” la reciben a manera de salpicadura, despectivamente, graficable tal vez como un cono en constante expansión. Lx autorx es la fuente de lo que vastamente se deposita en la superficie del soporte. Es ésta una energía con ánimo de conquista, no exenta de valor, y que continúa viviendo así en la consecuente pintura guerrera, intentando envolver a lxs imprudentes individuxs que se acercan seducidxs por lo que ven a la distancia. Pero, ¡oh decepción!, nada se revela en el cuerpo a cuerpo, nada aprenden estos cuadros en sus vidas y es siempre lo mismo lo que ofrecen. Gritando “YO” a los cuatro vientos, y desapareciendo mucho antes del contacto con lx otrx, se hacen humo en la intimidad y lx espectadorx es la víctima. Es la indispensable pintura de modo comunicacional, que retorna cada cien años, aunque su declinación comienza con su nacimiento, y su agonía es larga, oscura y lenta, cuando no se le concede una muerte temprana y abrupta que la congele en nuestras mentes en su momento ideal.
En cambio, los así llamados “pequeños cuadros”, extraen su energía contrayéndose gradualmente, como un fuego concentrado que los vuelve densos e insaciables pero generosos y curiosos. Lx autorx es unx orfebrx, que delicada y minuciosamente, empuja partículas de pintura hacia otras dimensiones sobre la superficie de un objeto, hasta generar la reacción en cadena que emancipa a la obra. Con esta impronta, sus vidas longevas y aventureras difieren en mucho de las de los cuadros mayores. Son pequeños cuerpos, como puntos oscuros a la distancia, pero de una gran fuerza gravitatoria que continúa absorbiendo materia y energía con creciente avidez hasta su colapso final, que no es otra cosa que el inicio de un universo paralelo y autónomo. Pero hasta ese momento, final o inicial según se entienda, estas pinturas son ventanas a la vez que cuerpos, son imagen con cuerpo. Y toda vez que lx individux humanx se encuentra en el rango de alcance de su YO-cuadro-susurrante, conviene no resistirse a ver lo que tienen para mostrar, y entregarse a ellos y su sed de conocimiento. Su pequeñez menguante hace las veces de progresiva distancia, y es así que su indefinible escala, opera como un hada cambiante hasta lograr casi tocar la nariz de lx curiosx, que terminará inmersx en su atmósfera de intercambio fluido.
Es por estas condiciones reunidas que las pinturas de pequeño formato logran, en el Futuro, ver más allá del confinamiento individual terrícola, y son revalorizadas en su portabilidad y su muy oportuna coleccionabilidad en espacios reducidos. Pero es también por las mismas condiciones que estos talismanes comienzan a ser utilizados, en esa época, como objetos sonda con capacidad de discernimiento incluida. Especialmente, es a partir de los buenos resultados obtenidos en los ejercicios clandestinos de lanzamiento de obras artísticas hacia las zonas oficialmente desaconsejadas, que estas prácticas se generalizan. En el Futuro, los pequeños cuadros son pinturas viajeras y ya nadie espera a que lx pintorx viaje para luego contarnos lo visto con pinceladas grandilocuentes. Lx pintorx sólo abre la ventana. Es sabido que quienes los atesoran, ya siendo sus creadorxs o sus adquirientxs, jóvenxs en su mayoría, los lanzan más allá de sus islas, hacia el otro lado de las ceñidas fronteras con las que el empoderamiento universal ulterior del Pasado ensombrece al Futuro, volviéndolo un presente aterrador. Lxs usuarixs más intrépidxs, después de evadir las patrullas de biovigilancia y biocontrol, los recuperan para poder interpelarlos.
Y a estas pequeñas pinturas se les pregunta por Dios, por el puente, por lx otrx, por la Luna.
Max Gómez Canle, Buenos Aires, 2020.
A propósito de “Los viajes”, de Manuel Aja Espil.